miércoles, 28 de mayo de 2008

Muerto...

Insistía en regalarme un boleto para viajar a Bélgica, costaba 13000 pesos (1300USD), no podía rechazarlo, no tenía pasaporte pero haría todo lo posible e imposible para conseguirlo, un regalo de mi madre de tal naturaleza no podía rechazarse.

Tras muchos intentos desesperados, de última hora y a punto de perder el vuelo, conseguía el documento y volaba a Europa.

Estaba muy sola, instalada en una buhardilla, del tipo de aquellas en las que retozaban Horacio y la Maga, los de Rayuela de Cortazar. Toc Toc, sonaba la puerta...sentía que era la oportunidad de conocer a alguien y disfrutar de un paseo. Era un policía, muy atractivo y con un look bastante jipi, me decía con voz seria: por favor acompáñeme, tiene que reconocer un cadáver.

Mi corazón acelerado me llevaba con él, ansiosa, llegaba a un laboratorio (tipo CSI la serie de TV), en la plancha helada de metal yacía el cuerpo putrefacto a identificar. No se le veía cara de nadie, más que de un muerto momificado cualquiera como los que abundan en Guanajuato.

Con un aparato tipo Rayos X, reconstruían el rostro del difunto como cuando estaba vivo. Sorpresa, era Gerardo, mi ex-marido, ¿por qué me correspondía a mí identificarlo? ¿viajar hasta Bélgica sólo para verlo muerto?...curiosamente el hecho me alegraba un poco, aunque por supuesto también me atormentaba estar contenta por la muerte de alguien a quien alguna vez quise tanto. Quería mostrarme triste, pero sonreía. El policía al parecer interpretaba la mueca como un auténtico gesto de coquetería y me invitaba a una fiesta.

Era un pachangón, en un club social enorme, con una alberca de tamaño olímpico, el clima era perfecto y nadábamos, reíamos, nos divertíamos y nos besábamos como si fuéramos pareja recién enamorada, menos mal que conseguí el pasaporte…este viaje resultaba cada vez más interesante.

Ya anocheciendo caminaba húmeda y feliz, cuando de repente frente a mí, de cuerpo entero, completito, aparecía Gerardo, el muerto. Mis ojos casi saltaban de sus cuencas y en un arrebato de total hipocresía lo abrazaba fuerte fuerte diciéndole, que bueno que estás vivo, sintiendo mi cabeza acurrucada en su pecho…para mis adentros repetía, demonios! estabas mejor en la otra vida. Él no correspondía con agrado a mi abrazo y me decía con voz fría: “Semilla, aquí ya no hay lugar para ti”, eso si me ensombrecía profundamente, era ya momento de despertar…él sigue vivo y por supuesto sin espacio para mí, yo amanecí triste.

La japonesa del vagón-casa

Soñé que vivía en una casa en forma de vagón, ubicada en una ciudad perdida de Europa. Cuando abrí la puerta, la ciudad estaba de fiesta, gente pasaba cantando, bailando, felices.

Tenía un compañero de casa, pero de pronto, y de la multitud salieron dos chicas y se quedaron a vivir con nosotros.

Una era muy linda, algo pequeña, con rastros orientales, y que mostró desde el inicio un afecto infinito hacía mí. Su sola presencia, me llenaba de felicidad. Recuerdo que me despertó, para que la pueda ayudar a cocinar, para ser más exactos ella estaba friendo papas. Le ayude, pero al instante, fui a ponerme una camiseta, porque las gotas de aceite saltaban de vez en cuando hacía mi cuerpo. Cocinamos, nos reímos, nos divertimos, y parecía que nos conocíamos de años.

De pronto, parecíamos inseparables. El sueño era demasiado real.

Salimos del vagón-casa, y caminamos por esta ciudad extraña. Me abrazó y me contó que era descendiente de japoneses. La volví a abrazar, y le dije que yo era descendiente de chinos.

Le susurre de las casualidades de la vida, de que sus abuelos llegaron de migrantes, precisamente a la ciudad donde yo nací; de que cuando mi padre tenía 16 años, era joven y budista estaba enamorado de una japonesa, pero que nunca le declaró su amor. Que quizás yo estaba sellando esa historia, porque a veces los momentos aparecen y desaparecen para sorprendernos.

Hace unas horas ya desperté, pero el sueño aun aparece en la realidad. No quiere irse ni el recuerdo, ni la sensación de ser feliz.