viernes, 15 de agosto de 2008

CORRE JORGE CORRE!!!

1

En ese día en particular, la noche llego rápida y fría.

Yo vivía en el centro de la cuidad, donde las casonas han aprendido a contar los días que le quedan para ser derrumbadas. En esa ciudad mi familia tenía una tienda de anticuarios. Yo usaba un delantal y ayudaba entusiastamente a pesar de que casi ya no teníamos clientes. Mi madre siempre estaba detrás del mostrador y I. nos visitaba cada semana, para preguntarme si aún me gusta dibujar en el aire.

Yo tenía un parche al lado izquierdo del rostro, justo debajo de mi patilla. No recordaba porqué lo tenía. Solo recordaba, que debajo tenía una gran cicatriz.

La puerta de la tienda se abrió y sonó la campanilla que de ella se colgaba. Un hombre de terno blanco y sombrero panameño entro, sin decir palabra alguna, se acerco a mí, me apunto con un arma y me disparo al rostro, justo debajo de mi parche.

Sentí como me desvanecía, como mis ojos se cerraban, como la luz se apagaba. Mi cuerpo se desplomó y un llanto escuche a mi lado. I. se acercó y con una sonrisa le pedí que me pusiera un halls negro en mi boca, quería sentir mi aliente fresco.

2

Reía en la tienda con mi madre y ella. La puerta sonó y me puso en posición de atención. Un tipo con sombrero se acerco, y yo saque una pistola. El corrió y yo fue detrás de él. Salí corriendo, corrí sin parar, cruce la pista y reconocí al hombre del sombrero.

Me acerqué y saque una pistola de mis pantalones. Lo apunte y le disparé tres veces. Corrí hacía una ancha avenida y de una de las calles un amigo de la infancia apareció. Corrimos juntos, me dirigió hacia un gran parque y me dijo “este lugar es muy peligroso, nadie nos seguirá hasta aquí”. Quería agradecerle, preguntarle por su vida, por su aparición repentina justo en este momento, pero solo lo pensé y seguí corriendo.

El parque no parecía tener fin y yo seguí corriendo al lado de mi amigo de infancia, sin saber porque corría a mi lado.

3

Me miró al espejo y tengo un sucio parche al lado de mi oreja justo debajo de mi patilla. Abro la boca y debajo de mi lengua aparece un halls negro a medio gastar. Salgo y empiezo a correr. Se me hace tarde para ayudar en la tienda a mi madre.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Totalmente palaciooo...completamente dormida

Ayer fui a pagar mi tarjeta de crédito del Palacio de Hierro, la tienda departamental más nice de la ciudad. Me di cuenta de que ya liquidé el viaje a Cuba que hice el verano pasado, el cual pagué a 12 mensualidades sin intereses. Eso me hizo reflexionar que tengo el saldo suficiente para comprarme una computadora nueva, justo ahora que hay una promoción de 20% de descuento a 18 mensualidades sin intereses y comenzando a pagar en noviembre con mi tarjeta palacio.

Así que decidí dirigirme a la segunda planta a ver los precios de las laptops, todas se me antojaron, sobre todo las más caras. Se ven tan lustrosas y potentes, fabulosas al lado de mi carcacha actual. Me informaron que la promoción terminaba al dia siguiente . Así que tenía esa noche para pensarlo, ya que mis finanzas no están en su mejor momento y es un gasto fuerte, aunque sea mensual, no inmediato y sin interés alguno. Me acosté y puse el despertador ocho en punto, al otro día no tenía que ir al trabajo, así que me dormí considerando la posible compra del aparato nuevo.

Abro los ojos antes de que el despertador suene, quiero ser la primera en entrar al Palacio de Hierro, he decidido comprar mi lustrosa Lap Top. Me doy prisa, tanta, que olvido quitarme la piyama, lavarme la cara y cepillar mi pelo. Me doy cuenta de mis fachas ya en el auto, pero no importa, es tan temprano que seguro no me encuentro a nadie.

Llego y la tienda está hasta su madre, todomundo madrugó, nimodo, haré como si anduviera de lo más elegante, en este mundo lo que cuenta es la actitud. Me atiende una vendedora, no de muy buena gana. Le pregunto: "por qué me trata así, ¿no me cree que voy a comprar?". Sonríe y me muestra los diversos modelos, me convence de comprar una computadora de escritorio, que tiene un buen precio (9,00o pesos/900USD) y además un monitor gigantesco, perfecto para mi debilidad visual.

Luego de hacer el pago la vendedora me invita una Margarita en el bar de la tienda, no dejo de pensar en que me urge estrenar mi nueva asquisición, pero decido brindar antes por ella, aunque debo confesar que comienzo a sentirme ya bastante apenada por la piyama y las pantuflotas. Llega el gerente de área, muchacho alto y bastante guapetón y me felicita por mi computadora Termino mi bebida y cuando voy dejando la tienda, la vendedora me alcanza corriendo, me explica que el gerente quiere hablar conmigo. Regreso a la tienda y cada vez hay más gente que no deja de observar mi piyama, lo cual me dificulta mantener una actitud elegante.

El gerente me ofrece un trabajo en la tienda, al parecer me encontró dotes de vendedora y menciona que mis conocimientos de cómputo me favorecerán en tal labor, estoy pensando en cómo decirle "no muchas gracias", cuando me explica que me pagará 4 veces más que mi sueldo actual. Entonces sí comienzo a considerar la oferta, total vender computadoras no debe ser tan malo, comienzo a visualizarme con mi uniforme vende que vende, cuando en medio de tal meditación suena el despertador.

Ya con la luz del sol, decidí que no es prudente comprar una computadora en este momento, pero un trabajo con ese sueldo que bien me caería!!! veamos que me depara este día.

martes, 5 de agosto de 2008

Ciudad de Dios

Eran ya las 8.00 a.m. y tenía que ir a mi casa a alistarme para ir al trabajo. Había pasado la noche con ella y no quería levantarme. Marmoteo amoroso. “Ya son las 8.00 amor, levántate”. Aún con legañas en los ojos, me coloque los jeans, las zapatillas y una casaca negra gastada. Me dirigí al baño y me lave rápido la cara. Baje y ella me despidió de la puerta, con un beso volado.

Camine, tome un taxi. De pronto, mi barrio, no me era conocido. No había pistas y la mayoría de las casas estaban sin acabados. Del asiento trasero del taxi, divise a lo lejos, varias personas corriendo y un grupo de soldados disparando a las casas. Nos miramos con el taxista y decidimos cambiar de ruta. Busque mi celular para alertar a mi familia, pero no aparecía ningún número. ¡Mierda!

Volteamos hacía la izquierda en un camino que se iba reduciendo. “Pare aquí señor, cóbrese”. Baje corriendo y subí corriendo a mi extraña casa. Mi cuarto estaba en el tercer piso y no tenía ventanas. Mientras me cambiaba y me ponía ese clásico saco marrón, gastado en los puños y codos, volví a escuchar balazos y gritos. Me tiré al piso y vi la hora, 9.00 a.m. Tengo que llamar a mi trabajo, no podré salir, mañana quizás iré. Cogí el celular y llame al trabajo. Empezó a sonar, sonar, contesta, contesta…

(Suena el despertador) “No iras a trabajar, son las 9.00”. Tuve un sueño muy raro amor, te lo cuento por la noche.

*El titulo es tomado de la película brasilera dirigida por Fernado Meirelles.

sábado, 2 de agosto de 2008

Los viejos a la tumba, los jóvenes al poder

Estábamos al interior de un gran almacén, en el techo había dos tragaluces, que iluminaban perfecto el lugar. Había mucha gente reunida, parecían granjeros o agricultores, en su mayoría jóvenes.

Yo era parte de una comitiva especial. Éramos 5 personas, una de ellas, el presidente de la república. Él empezó a dar un pequeño discurso, sobre los avances del país, la importancia del desarrollo rural y de la mejora de los pueblos.

Los presentes escuchaban en silencio. Los hombres se habían sacado el sombrero y lo tenían sostenida por sus manos, pegado al pecho. Las mujeres, con sus largos cabellos y sus largos vestidos, cargaban a sus hijos para que no lloraran.

Terminando el pequeño discurso, el presidente dice “he venido con parte de mi equipo, para que lo conozcan, ellos se irán presentando, Jorge, empieza tu”. Yo que andaba concentrado en la gente, me tomó por sorpresa.

Empecé tartamudeando y los presentes a rumorear. Levante la voz y salude a todos. “Hola a todos los presentes, estoy feliz de estar con ustedes, mi nombre es Jorge J.L. soy sociólogo y he trabajado en temas educativos por mucho tiempo” De pronto, los rostros de los presentes, sus miradas, empezaron a darme más confianza y con un estilo populista continué, “veo que la mayoría son jóvenes, el motor de nuestro país. Jóvenes fueron los protagonistas de las revueltas estudiantiles en Mayo del 68, jóvenes fueron los que lucharon contra la dictadura de nuestro país, jóvenes los que soñaron con un país más justo”

Seguí el discurso con los ojos cerrados, levantando los brazos, haciendo figuras con las manos. Cuando abrí los ojos, no había nadie. Mi equipo estaba ahí viéndome con cara de odio y el presidente muy enojado. De pronto, se escucharon aplausos. El sonido venía de unos árboles que estaban a los alrededores del almacén, ahora la gente estaba escuchando desde ahí.

Luego el presidente, con voz firme dijo, “ahora Mónica, hará su presentación, se breve por favor…” La gente empezó a bajar de los árboles. Yo me quede mirando el tragaluz, empezaba a anochecer.

* El titulo es una frase de Manuel González Prada

domingo, 27 de julio de 2008

La única iglesia que ilumina es la que arde

Aparecí en una plaza tipo italiana o del vaticano. Estaba parado al medio, y podía ver la hermosa arquitectura que me rodeaba, sobre todo la imponente iglesia gótica. Empecé a correr, como si estuviera en una competencia. El cielo estaba despejado y yo seguía corriendo, llegando a nuevas plazas, y viendo nuevas iglesias.

En la cuarta plaza, la cuarta iglesia ardía, se estaba incendiando. El fuego era gigante e incontrolable. Me detuve a verla, sin saber qué hacer. Apareció de pronto, un cura, con un atuendo estilo franciscano, pero de color negro. Tenía un rostro amable, y una barba larga.

El cura se me acercó, y de forma muy pausada me hablaba. Me dijo, “es necesario incendiar iglesias, para demostrar que Dios no existe”. Incendiarlas buscara aumentar la creencia en Jesús, y demostrar que apareció en la tierra para humanizar lo divino.

No supe responder, hace tiempo me había dejado de cuestionar por esos temas. Solo supe que había oído un gran secreto.

viernes, 25 de julio de 2008

Omelet de huevo, quesito y ¿crema pastelera?

Sueños bizarros, imágenes extravagantosas que no dejas de pensar, esta semana no paro de recordar un omelet relleno de queso, doradito, cubierto de crema pastelera y mermelada de frambuesa; preparado por mi madre en un sartén gigante del tamaño de la mismísima estufa. Había que llevarlo a una fiesta, a la que no se podía llegar más que en metro y ahí me tienen con el pastelazo de omelet en los vagones. La fiesta se puso buena, todos disfrutamos del platillo y mi madre feliz de ser el centro de atención por sus habilidades para cocinar.

!Que divertido es soñar, que divertido!

viernes, 18 de julio de 2008

Todos somos actores

Uno

Convocado de forma casual, para representar una obra por los derechos humanos de un país, tuve que memorizar varios fragmentos de la obra en pocos minutos. Éramos tres en la obra, dos chicas que nunca las había visto y yo. Sus atuendos eran de chicas libres, casi como las hippies de los años sesentas. Mientras dábamos los últimos ensayos, me sentía más nervioso y se me olvidaban mis líneas. Saque un papel arrugado y con plumón color negro, escribí mi guión.

El auditorio se lleno. Veía entre el público a mis padres, y a algunos profesores de cuando estudiaba sociología. Antes de alzar el telón, no dejaba de leer esa hoja arrugada con mis líneas. Me sentía como un niño que su maestra lo saco a la pizarra. En plena obra, se me olvido todo, y no me quedo más que improvisar. Hable de las persecuciones en Latinoamérica, de la violación de los derechos humanos por veinte años en mi país, de la dictadura de muchos presidentes. Por momentos caí en el monologo. Al final mis dos compañeras de escenarios estaban sorprendidas, y con leves muestras de enfado. Mientras que el público aplaudía, no sé si por lo bueno de la obra, o porque es políticamente correcto hacerlo. Salí solo, empecé a correr sin saber a donde ir.

Dos

En una larga vereda, una larga fila de desconocidos conversa. Me fui enterando que todos eran actores, de una gran obra por el centenario de una ciudad desconocida. Me sentía más joven. Al voltear, me di cuenta que K. estaba sentada a mi lado. Me sonreía y me contaba de su gira teatral por todo un país. De lo maravilloso que era actuar bajo la lluvia. Que actuó también en un escenario sobre un río.

Me preguntaba la razón por la que estaba ahí. Yo le respondía diciendo que había audicionado, y había salido elegido. Ella me hacía recordar que yo no era actor, yo le decía que tampoco lo recordaba. Solo le conté de mi experiencia casual de actor en una obra por los derechos humanos.

En un momento esa gran fila de actores empezó a protestar. Habían cancelado la obra. Yo solo observaba. Salio un señor de aspectos pedante, con barbas a lo Dalí y una bufanda femenina. Grito a todos los presentes y nos llamo perdedores. K. lloró, yo me recosté en la vereda mirando el sol. Ella me susurro algo al oído y luego me mordió el lóbulo.

Al final llegó un señor, que decía ser el director de la película. Con voz alta nos dijo, “acaso no escucharon que dije ¡CORTEN!”.

viernes, 4 de julio de 2008

Un huracán que es tornado

Estoy en un hotel elegante, con unos ventanales enormes con vista al mar, un océano verde y un cielo azul perfectos.

Me quedo dormida unas horas y al despertar todo se ha puesto gris, observo el panorama tormentoso, en el horizonte visualizo un tornado, pero nadie le llama así, descubro a muchas personas en mi habitación mirando hacia el ventanal. Todos gritan: "¡viene un huracán!" y yo pienso eso es un tornado, pero ¿sobre el mar?...se acerca, vuelan palmeras, autos, personas y corremos al baño de la habitación, nos escondemos hechos bolita y todo se llena de vidrios rotos. Mis manos llenas de sangre...no me duelen, no me asustan, siento curiosidad de ver qué fue lo que pasó, quiero mirar.

Salgo del baño sola y me asomo por el ventanal, ya no hay cristales, el tornado que es huracán se ha ido. Junto a mí un muchacho que mide 1.85 m (no sé por qué lo sé con tal exactitud), me explica que el refugio para damnificados está listo, que tenemos que ir hacia allá.

Lo sigo, en realidad me jala, tomada de la mano voy con él mientras sigo mirando el desastre en el horizonte de aquella ventana. Ya en el refugio descubro que no está tan mal haber sido golpeada por la tormenta, el espacio es una gran hacienda, con alberca, quiero lanzarme en ella me siento pegajosa por la humedad. Antes de hacerlo sé que tengo que saludar a las personas, darles mis condolencias por sus pérdidas. Comienzo a creer que todos se sienten abatidos menos yo y el muchacho del metro ochenta y cinco mira con extrañeza mi descarada sonrisa, sin soltarme la mano, como si supiera que de dejarme ir correría directo a esa alberca a chacotear y disfrutar de la vida.

No ha pasado mucho tiempo cuando veo que todo el mundo comienza a despedirse, empacando las cosas más extravagantes en sus vehículos: refrigeradores, bicicletas, colchones, espejos, muñecos de peluche y hasta lanchas inflables. Mi sonrisa comienza a borrarse, caigo en cuenta de que yo no tengo a dónde ir...para mí no hay regreso. Aprieto la mano de mi guía y ahora deseo que él no decida soltarme.

El Gran Baile

Andaba caminando por un desierto y de pronto apareció un gran auditorio, iluminado por fuera, por un momento pensé que iba a la premiación del Oscar.

En la entrada hombres elegantemente vestidos, parecían haber salido de una película de El Padrino. Mujeres con tirantes, me entregan un libro en blanco.

Al interior del auditorio, que por dentro parece un edificio neoyorquino, encuentro personas de todas partes del mundo. Hablan lenguas distintas y visten trajes muy coloridos. Empiezo a buscar a algún latinoamericano, o hispano parlante, encuentro a algunos, conversamos y busco no separarme de ellos.

Se arman muchas discusiones, pero no encuentro mis audífonos para entender el discurso en mi idioma. En mi mochila solo tengo muchas cajetillas de cigarrillos, me provoca y salgo a fumar. Mientras prendo un cigarrillo, alzo la mirada y todos están afuera. Un escenario gigante aparece frente a mí, y miles de personas empiezan a bailar. Una música, parecida a las que usa Kusturica para sus películas empieza a sonar. Salen bailarines y bailarinas al escenario y empiezan a bailar. No puede creer estar viendo tremendo espectáculo.

Se van sumando cada vez más bailarines y bailarinas, empiezan a zapatear y a alzar sus manos hacía el cielo. Pasan unos minutos y la coreografía pierde sincronía. Empiezan a chocarse, ahora se pelean. Volteo la mirada, y veo a todos correr. Con los otros latinoamericanos huimos. Se escuchan gritos y hay muchos muertos en el piso.

Huimos, corremos hacía unos edificios. Intentamos subir las escaleras rápido y algo ordenados. Llegamos hasta la azotea. Buscamos cruzar al otro edificio, salvarnos, no morir. Miro debajo y ahora hay un río. No sé si ponerme a contar hasta 10.

miércoles, 11 de junio de 2008

Furiosa con R.

En las gradas de un estadio, mirando un partido de fútbol y apoyando a los de la camiseta roja, equipo en el que juega Princecita, la hija de cuatro años de mi amiga R. Después del rotundo triunfo decidimos ir a festejar, caminamos en medio de un gran mercado y encontramos una cantina, en la cual un mariachi entona las rancheras de nuestra preferencia. Bebo tequila y emito desde mi ronco pecho todas las de José Alfredo, estoy tan concentrada que no me doy cuenta en qué momento Princesita y R. han desaparecido y la cantina deja de ser cantina y se convierte en un bar muy nice de un hotel de lujo.

Recupero la compostura y comienzo a buscar a mis amigas, ¿por qué me dejaron sola?, exploro el inmueble hasta encontrarlas, miro a lo lejos a R sentada en una mesa con muchas amigas que desconozco y con Princesita en sus piernas, se ve muy elegante fumando un cigarro con un gusto que se antoja.

La observo unos momentos y me entra una rabia incontrolable, ¿por qué no me invitó a la fiesta?, me hubiera podido ir a arreglar y acompañarla, o al menos, si no me podía invitar, mínimo que no me hubiera dejado cantando sola en esa cantina de mala muerte, que ya no era cantina y se había convertido en bar.

Estoy cavilando tales pensamientos cuando voltea y me mira, me saluda con alegría y me invita a sentarme, yo me doy la media vuelta, todavía furiosa decido marcharme de allí. Ella deja a Princesita con sus amigas y va tras de mí, yo corro, ella corre pero no me alcanza, bajo muchos pisos por escalera y noto que se queda atrás.

En la puerta del hotel miro a mi alrededor y descubro de nuevo ese gran mercado, decido caminar y buscar de nuevo la cantina, rápidamente estoy en ella, el mariachi ya no está, pero el cantinero me reconoce y me ofrece una copa de vino, comienza mostrarme fotos, que están en un portarretratos y que a la vez son video, me explica que son retratos de sus alumnos ya que él, además de cantinero, es profesor universitario. Los videos que son fotos muestran escenas muy divertidas, me estoy carcajeando cuando escucho los gritos de R. que me está buscando, yo no quiero verla, sigo furiosa con ella así que corro a esconderme atrás de un escritorio en “la” oficina de la cantina.

Mi escondite no es muy efectivo, por que R. tiene una linterna que le ayuda a ubicarme con facilidad, no me queda opción, tengo que hablar con ella y explicarle que estoy muy muy enojada y que no la quiero ver, pero ¿cómo se lo explico?, comienzo a notar que mi furia no tiene ningún sentido ni justificación, me convenzo de que toda la situación es muy absurda y comienzo a despertar.

Abro los ojos y sé que si tuviera a R. enfrente le daría tres cachetadas, sigo enojada, espero que cuando la vuelva a ver la sensación de este sueño haya desaparecido.

domingo, 1 de junio de 2008

Él y la regadera

Él tenía tres guaruras (guardaespaldas), todas ellas mujeres, altas, esbeltas, muy guapas. Yo lo único que pedía era bañarme en el baño enorme de la suite de su hotel, no me lo permitían. Explicaba de mil maneras que Él era mi amigo, me había invitado y yo añoraba el regaderazo como nada en mi vida.

No me explicaba muy bien la necesidad del baño, no me sentía sucia, pero el espacio me parecía realmente atractivo. Miraba esa regadera, como una pecera rodeada de cristal, con paredes y pisos de helado marmol; adornos cromados: metálicos y brillantes. Me imaginaba bella sirena chapoteando ahí.

Ellas me empujaban, no me permitían el paso y yo alegaba más y más, hasta quedarme dormida del cansancio. Cuando despertaba estaba en la cama del dueño de la suite, Él me abrazaba al dormir y yo comenzaba a buscar a las guardaespaldas para que vieran el grado de intimidad entre nosotros, a ver si así de una vez por todas me permitían usar esa lujosa regadera, pero ellas no estaban más y el baño tampoco. Ya sólo había obscuridad, sábanas revueltas y ahora Él y yo instalados en un cálido y eterno abrazo.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Muerto...

Insistía en regalarme un boleto para viajar a Bélgica, costaba 13000 pesos (1300USD), no podía rechazarlo, no tenía pasaporte pero haría todo lo posible e imposible para conseguirlo, un regalo de mi madre de tal naturaleza no podía rechazarse.

Tras muchos intentos desesperados, de última hora y a punto de perder el vuelo, conseguía el documento y volaba a Europa.

Estaba muy sola, instalada en una buhardilla, del tipo de aquellas en las que retozaban Horacio y la Maga, los de Rayuela de Cortazar. Toc Toc, sonaba la puerta...sentía que era la oportunidad de conocer a alguien y disfrutar de un paseo. Era un policía, muy atractivo y con un look bastante jipi, me decía con voz seria: por favor acompáñeme, tiene que reconocer un cadáver.

Mi corazón acelerado me llevaba con él, ansiosa, llegaba a un laboratorio (tipo CSI la serie de TV), en la plancha helada de metal yacía el cuerpo putrefacto a identificar. No se le veía cara de nadie, más que de un muerto momificado cualquiera como los que abundan en Guanajuato.

Con un aparato tipo Rayos X, reconstruían el rostro del difunto como cuando estaba vivo. Sorpresa, era Gerardo, mi ex-marido, ¿por qué me correspondía a mí identificarlo? ¿viajar hasta Bélgica sólo para verlo muerto?...curiosamente el hecho me alegraba un poco, aunque por supuesto también me atormentaba estar contenta por la muerte de alguien a quien alguna vez quise tanto. Quería mostrarme triste, pero sonreía. El policía al parecer interpretaba la mueca como un auténtico gesto de coquetería y me invitaba a una fiesta.

Era un pachangón, en un club social enorme, con una alberca de tamaño olímpico, el clima era perfecto y nadábamos, reíamos, nos divertíamos y nos besábamos como si fuéramos pareja recién enamorada, menos mal que conseguí el pasaporte…este viaje resultaba cada vez más interesante.

Ya anocheciendo caminaba húmeda y feliz, cuando de repente frente a mí, de cuerpo entero, completito, aparecía Gerardo, el muerto. Mis ojos casi saltaban de sus cuencas y en un arrebato de total hipocresía lo abrazaba fuerte fuerte diciéndole, que bueno que estás vivo, sintiendo mi cabeza acurrucada en su pecho…para mis adentros repetía, demonios! estabas mejor en la otra vida. Él no correspondía con agrado a mi abrazo y me decía con voz fría: “Semilla, aquí ya no hay lugar para ti”, eso si me ensombrecía profundamente, era ya momento de despertar…él sigue vivo y por supuesto sin espacio para mí, yo amanecí triste.

La japonesa del vagón-casa

Soñé que vivía en una casa en forma de vagón, ubicada en una ciudad perdida de Europa. Cuando abrí la puerta, la ciudad estaba de fiesta, gente pasaba cantando, bailando, felices.

Tenía un compañero de casa, pero de pronto, y de la multitud salieron dos chicas y se quedaron a vivir con nosotros.

Una era muy linda, algo pequeña, con rastros orientales, y que mostró desde el inicio un afecto infinito hacía mí. Su sola presencia, me llenaba de felicidad. Recuerdo que me despertó, para que la pueda ayudar a cocinar, para ser más exactos ella estaba friendo papas. Le ayude, pero al instante, fui a ponerme una camiseta, porque las gotas de aceite saltaban de vez en cuando hacía mi cuerpo. Cocinamos, nos reímos, nos divertimos, y parecía que nos conocíamos de años.

De pronto, parecíamos inseparables. El sueño era demasiado real.

Salimos del vagón-casa, y caminamos por esta ciudad extraña. Me abrazó y me contó que era descendiente de japoneses. La volví a abrazar, y le dije que yo era descendiente de chinos.

Le susurre de las casualidades de la vida, de que sus abuelos llegaron de migrantes, precisamente a la ciudad donde yo nací; de que cuando mi padre tenía 16 años, era joven y budista estaba enamorado de una japonesa, pero que nunca le declaró su amor. Que quizás yo estaba sellando esa historia, porque a veces los momentos aparecen y desaparecen para sorprendernos.

Hace unas horas ya desperté, pero el sueño aun aparece en la realidad. No quiere irse ni el recuerdo, ni la sensación de ser feliz.