viernes, 18 de julio de 2008

Todos somos actores

Uno

Convocado de forma casual, para representar una obra por los derechos humanos de un país, tuve que memorizar varios fragmentos de la obra en pocos minutos. Éramos tres en la obra, dos chicas que nunca las había visto y yo. Sus atuendos eran de chicas libres, casi como las hippies de los años sesentas. Mientras dábamos los últimos ensayos, me sentía más nervioso y se me olvidaban mis líneas. Saque un papel arrugado y con plumón color negro, escribí mi guión.

El auditorio se lleno. Veía entre el público a mis padres, y a algunos profesores de cuando estudiaba sociología. Antes de alzar el telón, no dejaba de leer esa hoja arrugada con mis líneas. Me sentía como un niño que su maestra lo saco a la pizarra. En plena obra, se me olvido todo, y no me quedo más que improvisar. Hable de las persecuciones en Latinoamérica, de la violación de los derechos humanos por veinte años en mi país, de la dictadura de muchos presidentes. Por momentos caí en el monologo. Al final mis dos compañeras de escenarios estaban sorprendidas, y con leves muestras de enfado. Mientras que el público aplaudía, no sé si por lo bueno de la obra, o porque es políticamente correcto hacerlo. Salí solo, empecé a correr sin saber a donde ir.

Dos

En una larga vereda, una larga fila de desconocidos conversa. Me fui enterando que todos eran actores, de una gran obra por el centenario de una ciudad desconocida. Me sentía más joven. Al voltear, me di cuenta que K. estaba sentada a mi lado. Me sonreía y me contaba de su gira teatral por todo un país. De lo maravilloso que era actuar bajo la lluvia. Que actuó también en un escenario sobre un río.

Me preguntaba la razón por la que estaba ahí. Yo le respondía diciendo que había audicionado, y había salido elegido. Ella me hacía recordar que yo no era actor, yo le decía que tampoco lo recordaba. Solo le conté de mi experiencia casual de actor en una obra por los derechos humanos.

En un momento esa gran fila de actores empezó a protestar. Habían cancelado la obra. Yo solo observaba. Salio un señor de aspectos pedante, con barbas a lo Dalí y una bufanda femenina. Grito a todos los presentes y nos llamo perdedores. K. lloró, yo me recosté en la vereda mirando el sol. Ella me susurro algo al oído y luego me mordió el lóbulo.

Al final llegó un señor, que decía ser el director de la película. Con voz alta nos dijo, “acaso no escucharon que dije ¡CORTEN!”.

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