domingo, 27 de septiembre de 2009

FERTILIDAD

Desde muy niño, siempre me gustaron las casas de jardines amplios y con tejados color ocre. En las ideas y venidas de esos viajes familiares a Chosica, siempre me quedaba viendo, pegando mi rostro a la luna, esas inmensas casas. Sin embargo, este sueño, parece cada vez más lejano, en una ciudad donde las casonas han sido tumbadas, para ser remplazadas por apartamentos modelo sarcófago.

Pero un día, desperté en una casa de techos altos, de jardines grandes y tenía una piscina que más parecía una inmensa pecera. Para llegar a mi casa, corría todos los días por ese camino, asfaltado por los pasos del tiempo. Era un camino largo, sacado de un cuadro trastornado de Van Gogh.

Además, ese día el sol parecía como pintado por un niño de tres años. Era un amarillo artificial, pero acogedor. Y mi piscina - pecera, tenía a un enigmático Paiche, pez gigante y selvático. El paiche me miraba intrigado, y yo tocaba la piscina para distraerlo.

A. mi esposa, jugaba con los perros calatos en el jardín. Y un mágico chaman, me esperaba en las alturas del pueblo. Me quería entregar un amuleto de la fertilidad. Una cadena hecha de hojas secas que daría vida. Me lo entregó y salí corriendo a mi casa.

Mientras corría, el chaman me grito “¿cuántos hijos quieres tener?”, y señalándole con los dedos, le dije que cuatro. Cuatro hermosos hijos, que jueguen con el Paiche, que correteen con los perros calatos, y que sigan pintando con sus colores el camino y todos los soles de mi vida.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Contrastes

Abordo un avión, no sé bien a dónde. Una mujer me acompaña, no sé bien quién es. Aterrizamos y P. , la amiga de L., nos recoge en el aeropuerto. Ahora sé donde estoy: en Chile.

Llegamos a su casa, le ofrece una habitación con una sola cama muy pequeña a mi compañera, no se menciona si habrá un espacio para mí, pero no me preocupa demasiado: el paisaje es espectacular.

La casa está situada justo frente al mar, desértico, hermoso. Por la puerta trasera hay acceso a la playa, decido nadar en ella, al salir percibo ríos de nieve. Salgo descalza, siento el piso helado bajo mis plantas, continúo caminando atravieso un camino angosto y noto con absoluta conciencia el momento en que uno de mis pies pisa la cálida arena, mientras el otro permanece sobre la nieve helada. Me concentro en el contraste por unos instantes antes de echar a correr en pleno hacia el agua tibia del mar. Desde la orilla de la playa miro la casa de P, la nieve frente a ella, el camino al centro y la arena de la playa. Un paisaje dividido, un momento sublime, necesito fotografiarlo, ahora corro hacia la casa a buscar mi cámara sin poner atención en el cambio drástico de temperaturas, estoy sola y me cuesta encontrarla. Con cámara en mano me dirijo a la nieve-playa, cuando una ola enorme cubre el paisaje. Me zambullo en ella. Al poder mirar de nuevo ya no hay camino, ni playa, ni nieve, ni horizonte. Sólo un lodazal que lo cubre todo.

No pude tomar la foto y me invade una tristeza infinita. La visita en chile continúa y transcurre entre visitantes, fiestas, mucha comida y vino. Encuentro a personas del pasado, me alegra, ¿qué las trajo aquí?, ¿qué me trajo aquí? En todo momento mantengo mi cámara colgada al cuello y me sostengo firmemente de ella, la estoy pasando bien, pero siento la necesidad de asomarme por la por la puerta de manera frecuente con la esperanza de que el muro de lodo desaparezca y se revele, otra vez, mi horizonte de de hielo y fuego. Pronto tengo que volver a México y la barrera permanece.

No esperaré, tomaré en mis manos mis deseos y los haré suceder. Pido a todos su colaboración y comenzamos a escarbar el muro, derrumbarlo, desintegrarlo. Mi participación en la tarea es frenética, no puedo dejar este país sin llevarme almacenada esa imagen: un camino que divide el fuego del hielo y que a la vez les permite estar juntos.

10 a.m. termino de domir, no tengo mi foto, pero conservaré el sueño.