miércoles, 11 de junio de 2008

Furiosa con R.

En las gradas de un estadio, mirando un partido de fútbol y apoyando a los de la camiseta roja, equipo en el que juega Princecita, la hija de cuatro años de mi amiga R. Después del rotundo triunfo decidimos ir a festejar, caminamos en medio de un gran mercado y encontramos una cantina, en la cual un mariachi entona las rancheras de nuestra preferencia. Bebo tequila y emito desde mi ronco pecho todas las de José Alfredo, estoy tan concentrada que no me doy cuenta en qué momento Princesita y R. han desaparecido y la cantina deja de ser cantina y se convierte en un bar muy nice de un hotel de lujo.

Recupero la compostura y comienzo a buscar a mis amigas, ¿por qué me dejaron sola?, exploro el inmueble hasta encontrarlas, miro a lo lejos a R sentada en una mesa con muchas amigas que desconozco y con Princesita en sus piernas, se ve muy elegante fumando un cigarro con un gusto que se antoja.

La observo unos momentos y me entra una rabia incontrolable, ¿por qué no me invitó a la fiesta?, me hubiera podido ir a arreglar y acompañarla, o al menos, si no me podía invitar, mínimo que no me hubiera dejado cantando sola en esa cantina de mala muerte, que ya no era cantina y se había convertido en bar.

Estoy cavilando tales pensamientos cuando voltea y me mira, me saluda con alegría y me invita a sentarme, yo me doy la media vuelta, todavía furiosa decido marcharme de allí. Ella deja a Princesita con sus amigas y va tras de mí, yo corro, ella corre pero no me alcanza, bajo muchos pisos por escalera y noto que se queda atrás.

En la puerta del hotel miro a mi alrededor y descubro de nuevo ese gran mercado, decido caminar y buscar de nuevo la cantina, rápidamente estoy en ella, el mariachi ya no está, pero el cantinero me reconoce y me ofrece una copa de vino, comienza mostrarme fotos, que están en un portarretratos y que a la vez son video, me explica que son retratos de sus alumnos ya que él, además de cantinero, es profesor universitario. Los videos que son fotos muestran escenas muy divertidas, me estoy carcajeando cuando escucho los gritos de R. que me está buscando, yo no quiero verla, sigo furiosa con ella así que corro a esconderme atrás de un escritorio en “la” oficina de la cantina.

Mi escondite no es muy efectivo, por que R. tiene una linterna que le ayuda a ubicarme con facilidad, no me queda opción, tengo que hablar con ella y explicarle que estoy muy muy enojada y que no la quiero ver, pero ¿cómo se lo explico?, comienzo a notar que mi furia no tiene ningún sentido ni justificación, me convenzo de que toda la situación es muy absurda y comienzo a despertar.

Abro los ojos y sé que si tuviera a R. enfrente le daría tres cachetadas, sigo enojada, espero que cuando la vuelva a ver la sensación de este sueño haya desaparecido.

domingo, 1 de junio de 2008

Él y la regadera

Él tenía tres guaruras (guardaespaldas), todas ellas mujeres, altas, esbeltas, muy guapas. Yo lo único que pedía era bañarme en el baño enorme de la suite de su hotel, no me lo permitían. Explicaba de mil maneras que Él era mi amigo, me había invitado y yo añoraba el regaderazo como nada en mi vida.

No me explicaba muy bien la necesidad del baño, no me sentía sucia, pero el espacio me parecía realmente atractivo. Miraba esa regadera, como una pecera rodeada de cristal, con paredes y pisos de helado marmol; adornos cromados: metálicos y brillantes. Me imaginaba bella sirena chapoteando ahí.

Ellas me empujaban, no me permitían el paso y yo alegaba más y más, hasta quedarme dormida del cansancio. Cuando despertaba estaba en la cama del dueño de la suite, Él me abrazaba al dormir y yo comenzaba a buscar a las guardaespaldas para que vieran el grado de intimidad entre nosotros, a ver si así de una vez por todas me permitían usar esa lujosa regadera, pero ellas no estaban más y el baño tampoco. Ya sólo había obscuridad, sábanas revueltas y ahora Él y yo instalados en un cálido y eterno abrazo.