domingo, 27 de julio de 2008

La única iglesia que ilumina es la que arde

Aparecí en una plaza tipo italiana o del vaticano. Estaba parado al medio, y podía ver la hermosa arquitectura que me rodeaba, sobre todo la imponente iglesia gótica. Empecé a correr, como si estuviera en una competencia. El cielo estaba despejado y yo seguía corriendo, llegando a nuevas plazas, y viendo nuevas iglesias.

En la cuarta plaza, la cuarta iglesia ardía, se estaba incendiando. El fuego era gigante e incontrolable. Me detuve a verla, sin saber qué hacer. Apareció de pronto, un cura, con un atuendo estilo franciscano, pero de color negro. Tenía un rostro amable, y una barba larga.

El cura se me acercó, y de forma muy pausada me hablaba. Me dijo, “es necesario incendiar iglesias, para demostrar que Dios no existe”. Incendiarlas buscara aumentar la creencia en Jesús, y demostrar que apareció en la tierra para humanizar lo divino.

No supe responder, hace tiempo me había dejado de cuestionar por esos temas. Solo supe que había oído un gran secreto.

viernes, 25 de julio de 2008

Omelet de huevo, quesito y ¿crema pastelera?

Sueños bizarros, imágenes extravagantosas que no dejas de pensar, esta semana no paro de recordar un omelet relleno de queso, doradito, cubierto de crema pastelera y mermelada de frambuesa; preparado por mi madre en un sartén gigante del tamaño de la mismísima estufa. Había que llevarlo a una fiesta, a la que no se podía llegar más que en metro y ahí me tienen con el pastelazo de omelet en los vagones. La fiesta se puso buena, todos disfrutamos del platillo y mi madre feliz de ser el centro de atención por sus habilidades para cocinar.

!Que divertido es soñar, que divertido!

viernes, 18 de julio de 2008

Todos somos actores

Uno

Convocado de forma casual, para representar una obra por los derechos humanos de un país, tuve que memorizar varios fragmentos de la obra en pocos minutos. Éramos tres en la obra, dos chicas que nunca las había visto y yo. Sus atuendos eran de chicas libres, casi como las hippies de los años sesentas. Mientras dábamos los últimos ensayos, me sentía más nervioso y se me olvidaban mis líneas. Saque un papel arrugado y con plumón color negro, escribí mi guión.

El auditorio se lleno. Veía entre el público a mis padres, y a algunos profesores de cuando estudiaba sociología. Antes de alzar el telón, no dejaba de leer esa hoja arrugada con mis líneas. Me sentía como un niño que su maestra lo saco a la pizarra. En plena obra, se me olvido todo, y no me quedo más que improvisar. Hable de las persecuciones en Latinoamérica, de la violación de los derechos humanos por veinte años en mi país, de la dictadura de muchos presidentes. Por momentos caí en el monologo. Al final mis dos compañeras de escenarios estaban sorprendidas, y con leves muestras de enfado. Mientras que el público aplaudía, no sé si por lo bueno de la obra, o porque es políticamente correcto hacerlo. Salí solo, empecé a correr sin saber a donde ir.

Dos

En una larga vereda, una larga fila de desconocidos conversa. Me fui enterando que todos eran actores, de una gran obra por el centenario de una ciudad desconocida. Me sentía más joven. Al voltear, me di cuenta que K. estaba sentada a mi lado. Me sonreía y me contaba de su gira teatral por todo un país. De lo maravilloso que era actuar bajo la lluvia. Que actuó también en un escenario sobre un río.

Me preguntaba la razón por la que estaba ahí. Yo le respondía diciendo que había audicionado, y había salido elegido. Ella me hacía recordar que yo no era actor, yo le decía que tampoco lo recordaba. Solo le conté de mi experiencia casual de actor en una obra por los derechos humanos.

En un momento esa gran fila de actores empezó a protestar. Habían cancelado la obra. Yo solo observaba. Salio un señor de aspectos pedante, con barbas a lo Dalí y una bufanda femenina. Grito a todos los presentes y nos llamo perdedores. K. lloró, yo me recosté en la vereda mirando el sol. Ella me susurro algo al oído y luego me mordió el lóbulo.

Al final llegó un señor, que decía ser el director de la película. Con voz alta nos dijo, “acaso no escucharon que dije ¡CORTEN!”.

viernes, 4 de julio de 2008

Un huracán que es tornado

Estoy en un hotel elegante, con unos ventanales enormes con vista al mar, un océano verde y un cielo azul perfectos.

Me quedo dormida unas horas y al despertar todo se ha puesto gris, observo el panorama tormentoso, en el horizonte visualizo un tornado, pero nadie le llama así, descubro a muchas personas en mi habitación mirando hacia el ventanal. Todos gritan: "¡viene un huracán!" y yo pienso eso es un tornado, pero ¿sobre el mar?...se acerca, vuelan palmeras, autos, personas y corremos al baño de la habitación, nos escondemos hechos bolita y todo se llena de vidrios rotos. Mis manos llenas de sangre...no me duelen, no me asustan, siento curiosidad de ver qué fue lo que pasó, quiero mirar.

Salgo del baño sola y me asomo por el ventanal, ya no hay cristales, el tornado que es huracán se ha ido. Junto a mí un muchacho que mide 1.85 m (no sé por qué lo sé con tal exactitud), me explica que el refugio para damnificados está listo, que tenemos que ir hacia allá.

Lo sigo, en realidad me jala, tomada de la mano voy con él mientras sigo mirando el desastre en el horizonte de aquella ventana. Ya en el refugio descubro que no está tan mal haber sido golpeada por la tormenta, el espacio es una gran hacienda, con alberca, quiero lanzarme en ella me siento pegajosa por la humedad. Antes de hacerlo sé que tengo que saludar a las personas, darles mis condolencias por sus pérdidas. Comienzo a creer que todos se sienten abatidos menos yo y el muchacho del metro ochenta y cinco mira con extrañeza mi descarada sonrisa, sin soltarme la mano, como si supiera que de dejarme ir correría directo a esa alberca a chacotear y disfrutar de la vida.

No ha pasado mucho tiempo cuando veo que todo el mundo comienza a despedirse, empacando las cosas más extravagantes en sus vehículos: refrigeradores, bicicletas, colchones, espejos, muñecos de peluche y hasta lanchas inflables. Mi sonrisa comienza a borrarse, caigo en cuenta de que yo no tengo a dónde ir...para mí no hay regreso. Aprieto la mano de mi guía y ahora deseo que él no decida soltarme.

El Gran Baile

Andaba caminando por un desierto y de pronto apareció un gran auditorio, iluminado por fuera, por un momento pensé que iba a la premiación del Oscar.

En la entrada hombres elegantemente vestidos, parecían haber salido de una película de El Padrino. Mujeres con tirantes, me entregan un libro en blanco.

Al interior del auditorio, que por dentro parece un edificio neoyorquino, encuentro personas de todas partes del mundo. Hablan lenguas distintas y visten trajes muy coloridos. Empiezo a buscar a algún latinoamericano, o hispano parlante, encuentro a algunos, conversamos y busco no separarme de ellos.

Se arman muchas discusiones, pero no encuentro mis audífonos para entender el discurso en mi idioma. En mi mochila solo tengo muchas cajetillas de cigarrillos, me provoca y salgo a fumar. Mientras prendo un cigarrillo, alzo la mirada y todos están afuera. Un escenario gigante aparece frente a mí, y miles de personas empiezan a bailar. Una música, parecida a las que usa Kusturica para sus películas empieza a sonar. Salen bailarines y bailarinas al escenario y empiezan a bailar. No puede creer estar viendo tremendo espectáculo.

Se van sumando cada vez más bailarines y bailarinas, empiezan a zapatear y a alzar sus manos hacía el cielo. Pasan unos minutos y la coreografía pierde sincronía. Empiezan a chocarse, ahora se pelean. Volteo la mirada, y veo a todos correr. Con los otros latinoamericanos huimos. Se escuchan gritos y hay muchos muertos en el piso.

Huimos, corremos hacía unos edificios. Intentamos subir las escaleras rápido y algo ordenados. Llegamos hasta la azotea. Buscamos cruzar al otro edificio, salvarnos, no morir. Miro debajo y ahora hay un río. No sé si ponerme a contar hasta 10.