viernes, 4 de julio de 2008

Un huracán que es tornado

Estoy en un hotel elegante, con unos ventanales enormes con vista al mar, un océano verde y un cielo azul perfectos.

Me quedo dormida unas horas y al despertar todo se ha puesto gris, observo el panorama tormentoso, en el horizonte visualizo un tornado, pero nadie le llama así, descubro a muchas personas en mi habitación mirando hacia el ventanal. Todos gritan: "¡viene un huracán!" y yo pienso eso es un tornado, pero ¿sobre el mar?...se acerca, vuelan palmeras, autos, personas y corremos al baño de la habitación, nos escondemos hechos bolita y todo se llena de vidrios rotos. Mis manos llenas de sangre...no me duelen, no me asustan, siento curiosidad de ver qué fue lo que pasó, quiero mirar.

Salgo del baño sola y me asomo por el ventanal, ya no hay cristales, el tornado que es huracán se ha ido. Junto a mí un muchacho que mide 1.85 m (no sé por qué lo sé con tal exactitud), me explica que el refugio para damnificados está listo, que tenemos que ir hacia allá.

Lo sigo, en realidad me jala, tomada de la mano voy con él mientras sigo mirando el desastre en el horizonte de aquella ventana. Ya en el refugio descubro que no está tan mal haber sido golpeada por la tormenta, el espacio es una gran hacienda, con alberca, quiero lanzarme en ella me siento pegajosa por la humedad. Antes de hacerlo sé que tengo que saludar a las personas, darles mis condolencias por sus pérdidas. Comienzo a creer que todos se sienten abatidos menos yo y el muchacho del metro ochenta y cinco mira con extrañeza mi descarada sonrisa, sin soltarme la mano, como si supiera que de dejarme ir correría directo a esa alberca a chacotear y disfrutar de la vida.

No ha pasado mucho tiempo cuando veo que todo el mundo comienza a despedirse, empacando las cosas más extravagantes en sus vehículos: refrigeradores, bicicletas, colchones, espejos, muñecos de peluche y hasta lanchas inflables. Mi sonrisa comienza a borrarse, caigo en cuenta de que yo no tengo a dónde ir...para mí no hay regreso. Aprieto la mano de mi guía y ahora deseo que él no decida soltarme.

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